Para mi Rey




Amado mío: 


Tardé demasiado tiempo para escribirte de mi puño y letra una carta, perdóname porque he estado tan ocupada en mis asuntos, que me olvidé de los tuyos desde el propósito para el que me enviaste a esta hermosa tierra.


Hoy me confrontaste y sentí algo tan fuerte que rompió el hielo que rodeaba mi corazón.

Hoy abriste mis ojos espirituales y por fin te vi.


Todo inició en un gran salón de bodas, con luces de fiesta, mesas perfectamente decoradas, copas de cristal, comida exquisita, cortinas de seda fina, sillas cómodas y talladas con una destreza inigualable, música agradable y muchos invitados. 


Yo estaba en el centro del salón con un hermoso vestido, recibiendo halagos por mi belleza y felicitaciones por mi matrimonio. Pero tu no estabas cerca y ni siquiera yo lo notaba, tu estabas mirándome desde lejos, con un traje claro, con una hermosa corona de piedras preciosas, pero con una expresión triste. Me mirabas y luego mirabas tu anillo de bodas pensando si este matrimonio había valido la pena para mí.


“Soy tan solo una plebeya vestida de novia y mi Rey lo sabe”.


Pero llegó el momento en que volví a la realidad y mis sentidos espirituales despertaron del letargo:

¿Por qué soy así? ¿Acaso me casé solo para ser vista, ser libre, ser sanada y salva? 


Entonces, te busqué desesperadamente por ese gran salón, me quité mis hermosos zapatos para correr; en mi angustia por perderte de vista, yo no podía respirar, no podía quedarme quieta y simplemente esperar. 


¡Reconozco que te amo!... Por favor no te vayas ¿En dónde está mi amado Jesús?


Algunos detenían mis pasos para decirme algo que no recuerdo, porque no encontré tu rostro en ellos. Aunque yo no te veía, tu sí me mirabas y un suspiro de amor salió de tu pecho y tus ojos llenos de bondad me encontraron postrada, llorando y con mis manos cubriendo mi rostro; me levantaste y fui inmensamente feliz al verte, nos fundimos en un gran abrazo.


Con un suspiro de alivio, sabes que valió la pena, que no te dejaré y que tu no me dejarás, pues has dicho: “No te dejaré, jamás te desamparare” ¡Estaré contigo para siempre!


Señor Jesús, mi amado rey, tu eres la luz de mi vida, tus ojos son tan hermosos que podría perderme de amor por tu mirada, eres alto y fuerte, eres maravilloso, tus manos son cálidas, tu amor es inigualable, me invitas a bailar el vals más hermoso del mundo. 


¿Cómo es posible que me mires con tanto agrado? Tu me proteges como el más grande caballero con armadura, tu me rescatas y me sostienes. Tu me tomas de la mano sin avergonzarte de mí, tu me aceptas tal y como soy, me consuelas y me concedes el honor de tu presencia.


¡Escuchen todos! Mi amado besa mis cicatrices y me muestra las suyas, como el símbolo verdadero de su gran amor por mi, ÉL me entiende y me pide amarlo para siempre, aun cuando soy tan pequeña en el universo que le pertenece a ÉL.


Sé que he discutido con ÉL, que no comprendo cuando está en silencio, que su paciencia, me impacientaaa, que me pide cosas como amar, perdonar, compartir, luchar y callar, cuando es necesario para ÉL, pero no para mi, ÉL moldea mi carácter una y otra vez para enseñarme a ser fuerte y valiente, pero aun cuando yo fallo, ÉL no deja de amarme.


¿Por qué me amas? ¿Por qué darías tu vida y tu propia sangre por mi? ¿Qué he hecho yo?


Recuerdo cuando te vi por primera vez, mis vestiduras estaban hechas un asco, hedían a perfume barato, mis sandalias y mi corazón rotos no comprendían el amor celestial. 


Te presentaste y te acepté solo porque al parecer era lo correcto, así que te escondí en mis ilusiones y mis esperanzas. Poco a poco escudriñaste mi alma y me mostraste compasión, me lavaste los pies y ungiste mi cabeza con el más puro aceite, me bañaste con tu santidad, me vestiste con ropas de novia, colocaste flores en mi cabello y palabras de sabiduría en mi corazón.

Realmente fuiste mi primer amor y todo era hermoso. Pero en las pruebas y tentaciones me alejé de ti y te dije que no te amaba, no me atrevía a conocerte más, pues yo no sabía quién era yo y tampoco sabia bien quién eras tú.


Entonces, me puse una vieja chaqueta y boté los hermosos zapatos blancos que me diste y vestí mis pies con unos tenis desgastados dejando mi escudo y mi espada debajo de la cama.

Luché cada día con una densa oscuridad, con el corazón frío y con la frustración de mi autosuficiencia llena de mentiras. 


Sin embargo, algo extraordinario sucedió cuando yo estaba a punto de saltar al abismo…

Tu voz me detuvo con la autoridad de quien da vida eterna, y escuché que dijiste; 


¡Yo te amo! Eres mi bella princesa y te amo, no mueras mi niña, no te mueras. 

Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida.


Yo volteé a mirarte con mi cara sucia y pálida.


Al comienzo no te reconocí, pero tus lágrimas y tus cicatrices me recordaron tu nombre, un nombre que jamás olvidaré “El Gran Yo Soy”.


Corriste hacia mi, me tomaste entre tus brazos y volví a nacer; besaste mis lágrimas, me alimentaste, me cubriste del frío, me llevaste a conocer el mar y me bautizaste, me armaste de valor, integridad y fe. 


Mi corazón arde ahora de amor por ti y mi comunión contigo es diferente, una conexión espiritual increíble, una intimidad pura y majestuosa con el Rey y dueño del universo, aquel que me ha llamado su novia. Yo no merezco su bondad, pero su gracia me liberó y me transformó para siempre, para una reconciliación sublime. 


Perdóname amado mío, por favor perdóname 

Te amo, realmente te amo.


No permitas que me aleje nuevamente de ti por favor, pues podría morir de tristeza sin ti Señor, no te rindas conmigo mi Salvador. Te entrego mi ser y todo lo que tengo, porque nada me pertenece si tú no estás a mi lado, en mi, y conmigo. Yo te adoraré y te alabaré para siempre.


Hoy te veo y desde mi libre albedrío no te soltaré, amo tu fidelidad y te glorifico sin importar el tiempo que pasa y el camino que trazaremos juntos.


Hoy estamos bailando el vals, con anillos de oro puro, eres el amor de mi vida, eres todo para mi.



Gracias Dios por amarme. ¡Esto sí ha valido la pena! 


Con amor, 

Tu amada Iglesia.  


AUTOR: DIATHY EN ÉL CAMINO